jueves, 16 de abril de 2015

Ella, una jodida arma.

Tenía la rebeldía de un lazo de papel bailando en un ventilador
y la misma fragilidad.
Una boca trazada a ciegas de color violáceo acabada en pico
por la que cualquier paralítico emocional se hubiese vuelto alpinista.

Hubiese jurado que sería capaz de detonar una ciudad tan solo con chascar los dedos
y es que sin haberla visto puedo decirte que se
que cada vez que levanta la mano para parar un taxi
corta el tráfico.

No importaba la estación del año porque yo siempre pensaba en Atocha
y se que algunos días las noches son más largas
como se que a veces tiene que llover cuando decide quedarse en casa a acariciarse,
cierra la boca para que no entremos las moscas y nos manda a todos a la mierda.

Se tapaba la boca al reírse,
yo nunca le dije que vi abrirse una grieta en la pared tras su nuca
mientras ella soltaba una carcajada.
Y fue entonces cuando supe que si las paredes hablaran le sonreirían antes de pedirle matrimonio.

Bueno, tal vez esto lo supe,
cuando la vi desnuda apoyada de espaldas en una
y aparecieron manchas rojizas en la habitación
como si se estuviese sonrojando o poniéndose cachonda.

Si os la cruzáis rompiendo las aceras
con esa cara de libertad que desea ser pájaro a salvo
con ese ansia de ser amada como ella se ha amado
con esos pantalones ajustados que arranqué con mis propias manos,
paradla, va armada.

Esos dientes son putas balas.
O sonríe o dispara.